viernes, 5 de febrero de 2010

Cierras los ojos. Procuras que tus oídos no perciban un mínimo sonido. Te pones lo más cómodo que puedes, da igual como. Ahora respiras hondo, muy hondo. Tan hondo que el aire que respiran tus fosas nasales llega a todo tu interior.Sientes esa sensación de bienestar. Ahora solo imaginas el lugar que más te gusta, un lugar donde te sientes como nunca. Corres, saltas, nadas, escalas, te tiras en el suelo, das vueltas. Disfrutas del paisaje, te abrazas a un árbol, sientes la frescura de la arena mojada, besas la hierba aún húmeda por el rocío, rozas con dulzura una delicada flor acabada de nacer. Puedes hacer absolutamente todo lo que imaginas. Como volar. Te subes a algo alto; miras el cielo, todo lo que perciben tus ojos está al alcance de ti. No te preocupas por nada, nada te va a pasar. Y cuando estás preparado, saltas con todas tus fuerzas y te dejas ir. Cuando estás cansado, te tumbas dulcemente en una esponjosa nube, y dejas que los rayos del sol te acaricien la piel. Nada tiene límites, si tú mismo así lo deseas. Todo tiene el color y la apariencia que a ti más te gusta. Puedes pasarte en tu mundo todo el tiempo que quieras, nadie te va a molestar allí.

Pero de pronto notas un pellizco desagradable, y sin pensarlo abres los ojos. Todo se ha desvanecido, ahora solo ves una habitación conocida y rutinaria donde alguien plantado delante de ti te mira con una cara desconcertada. Pero a ti te da igual. Nadie podrá arrebatarte tu mundo perfecto.